




Por: Carlos Vásquez Tamayo Profesor Instituto de Filosofía Universidad de Antioquia
teseo@une.net.co
¿Será acaso que las instancias gubernamentales no saben a ciencia cierta cuál es el sentido y la misión de la educación?Que el Presidente de la República, con la anuencia de algunas autoridades locales, venga a Medellín a plantear que nuestros estudiantes se conviertan en informantes a sueldo, no sólo resulta preocupante sino perturbador.¿Acaso no conoce él y no aprecian ellos en qué han venido trabajando las universidades en nuestra ciudad, a qué valores sirven, cuáles son sus compromisos y sus propósitos?
La universidad es un espacio para el cultivo del conocimiento riguroso, en consonancia con tradiciones universales y de cara a las aspiraciones del mundo de la vida.En sus predios ha de reinar la transparencia, nos debe guiar la generosidad, el respeto por todas las opiniones, en un tú a tú que no esté viciado por astucias mezquinas.
En la universidad, por fortuna, estar en desacuerdo no se traduce en violencia.
Pretender que algunos estudiantes se vuelvan informantes a sueldo, desvirtúa su vocación, ofende su ética, humilla sus ideales.Que por demás no son sólo los suyos sino también los de sus familiares y amigos, los de sus vecinos de barrio, los de una ciudadanía sensata y propositiva: aunque algunos no quieran creerlo, esa sociedad espera mucho de sus estudiantes, del conocimiento y la cultura ilustrada, formas de aplacar la avalancha de la insensatez y la barbarie.
La cultura universitaria está basada en la coherencia entre el pensamiento y las intenciones, en la lealtad con los principios y las personas.Decirle a un universitario que se le va a pagar para que delate, es ofenderlo en su consciencia, desconocer que él asume libremente sus deberes y ejerce sus derechos.La universidad no es permisiva con la ilegalidad: se confía a los mecanismos que la constitución y la ley definen para enfrentarla.
En la universidad hablamos de lo que sabemos y para que todos nos oigan, cultivamos en ella una comunicación sin sospechas.¿No sería acaso más coherente y urgente que esos mismos gobernantes mostrasen un interés sincero en cumplir con su deber constitucional con la educación, garantizando su funcionamiento real y su financiamiento?
¡Qué ironía!: nos esforzamos por abrir espacios para más y más jóvenes a la educación y ahora se viene a seducir a esos jóvenes para que se aneguen, con el señuelo de una suma de dinero, en el fango de la guerra.Es como si se olvidara que la universidad es un espacio dedicado a formular propuestas para la vida en comunidad, con todas las exigencias que ello acarrea: estudiando a fondo los problemas, desarrollando saberes comprometidos con las necesidades de los ciudadanos.Todo ello según valores inalienables: el de la honradez de pensamiento y consciencia, el de la autenticidad en el compromiso con la verdad y la justicia.Lo que reclamamos es que no se desvirtúe el espíritu universitario con propuestas como la referida, la cual hace pensar que no se valora lo suficiente el papel que cumplimos en una sociedad lacerada por la desigualdad, humillada por la pobreza, excluida por los privilegios.
A mí la idea de redes de informantes a sueldo, practicada en nuestro país desde el 2002, me resulta del todo inapropiada, éticamente censurable, políticamente dañina si de lo que se trata es de fortalecer un estado de derecho.Pretender ahora incluir en dichas redes a los estudiantes, es una falta de consideración con la universidad, un signo de la estrechez de miras hacia la educación, comprometida como está en cimentar lazos de confianza entre los ciudadanos.La universidad nos recuerda: sin lealtad no hay comunidad; sin transparencia no hay comunicación; sin confianza no hay sociedad; sin solidaridad no es viable un proyecto de nación.
Hablo como universitario, y sobre todo como profesor: cada día en las aulas estimulamos entre los estudiantes la convicción de que el conocimiento comprometido con las aspiraciones de la comunidad, es una acción indispensable y prioritaria para buscar salidas inteligentes al conflicto en que nos han sumido el egoísmo y el imperio del odio.